Cuando nos hablaste la primera vez, eras alguien que hablaba como nosotros.
Tu acento venía de lejos,
sabía a pueblo, pediste perdón, como nosotros los pobres.
Dichosos los que piden permiso para todo, hasta para nacer o vivir en su tierra.
Dichosos los pies que buscan una ciudad futura y la reconocen desde sus periferias.
Dichosos los que tiran una flor al mar por aquellos enterrados en un cementerio sin cruces, o saben escuchar en el viento
el soplo de inmensidad de los sepultados en las dunas.
Dichosa tú, mujer doblada por los años y tu mano tendida para ofrecer un tejaban al peregrino.
Beata tú, madre arropando a tu hijo en camino hacia una frontera que encontrarás cerrada.
Dichosos ustedes todos y todas, llamados DON NADIE, sin visas ni pasaporte…
Dichosos por ofrecer el sello de un Dios sin muros ni linderos que los llama amigos.
Dichosos ustedes que mueren sin que alguien llore…
el Resucitado los espera en la otra ribera.
Dichoso todo Samaritano sin nombre que los recoge en el camino y los pone en su montura.
Y ahora unos balbuceos recogidos en la noche o las estaciones migratorias, son los salmos del destierro de nuestros días…
Somos la antorcha de nosotros invisibles de la sociedad, ríos subterráneos en la espera de volver un día el desierto, llanuras de verde y aguas corrientes.
Somos los invisibles de las nuevas periferias, donde sobrevivimos en la noche y escondidos en el día: recicladores, mujeres y niñas vendidas por un puñado de amor robado; somos migrantes que el páramo nos prensa en el frio de la noche y muerde nuestros niños apenas arropados; somos desplazados por ejércitos, guerrillas, grupos armados sin rostro, exiliados en nuestra propia patria.
Somos gente que huele a pobreza y chocamos con el Chanel y el Gucci. Tan solo el Cristo huele como nosotros y por eso nos encontramos y pasamos la noche abrazados.
Francisco, los años están dejando en tu cuerpo las ampollas de tanto andar. Estamos aquí para prestarte nuestras rodillas no cansadas aun de andar. Te prestamos nuestros huaraches: eran nuevos, ahora deshilados, pero andando.
Somos un pueblo, somos una iglesia de toda raza, lengua y nación y también de distintos credos, pero una sola espiritualidad, la de un Dios que sigue apostando con nosotros.
Quien te trae esta antorcha la recibió de miles de manos, y miles de rostros. También mis pies están cansados y aún arrastrándome hacia nuestro último horizonte, te llevo el carisma del Beato Scalabrini, Padre de todos nosotros, peregrinos hacia cielos nuevos y tierra nueva.
En los días 24 y 25 de mayo se llevó a cabo en Roma el encuentro de los miembros del Fondo Global de Solidaridad (Global Solidarity Fund) con el Papa, el cual destina muchos de estos fondos para los migrantes. Se dio para esa ocasión la presencia de las obras Scalabrinianas en Colombia, donde se ofreció al Papa una bandera y un poema escrito por la ocasión.
El Padre Flor María manifiesta “Ha sido un momento muy profundo y conmovedor, escuchar al Papa que nos habló y estaba como en su casa. Dispensaba luz y alegría, hablando de migrantes y de economías que sirvan al pueblo y destacó una frase: tenemos que ensuciarnos las manos para servir al pobre”.
El sacerdote de origen italiano que lleva varios años en Colombia se desempeña como Director de las Obras Sociales de la Corporación Scalabrini, estuvo junto al superior General p. Leonir Chiarello de los Misioneros de San Carlos Scalabrinianos como representantes de los misioneros en dicho encuentro.
Esta alianza solidaria por lo migrantes es de alto valor para los misioneros en Colombia por los retos que supone en temas de ayuda al migrante que en mayor medida llega de Venezuela, teniendo en cuenta que diariamente por los puntos fronterizos pasan mas de 10 mil personas entre venezolanos y colombianos retornados.